Comentario
Pero las artes más destacables de este período se plasmarán en otros materiales que también tendrán una larga, tradición posterior, como la cestería, los mates o calabazas decoradas y sobre todo el tejido.
En una época en la que todavía se desconoce la cerámica fue común la utilización de calabazas secadas y vaciadas. Pero en ocasiones estos recipientes se trabajaban y decoraban con todo cuidado y llegaban a formar parte de ajuares funerarios, lo que hace que podamos considerarlos como obras de arte. En Huaca Prieta, en el valle de Chicama, se han encontrado dos de estas calabazas decoradas. La mejor conservada, de 4,5 cm de altura, y 6,5 cm de diámetro está decorada con cuatro caras de estilo muy geometrizante. La tapa lleva un motivo de líneas grabadas. El otro ejemplar tiene dos figuras humanas, también muy estilizadas, con las caras colocadas en lados opuestos del mate y los cuerpos y piernas desplegados hasta cruzarse en el fondo del recipiente. La tapa lleva una figura grabada en forma de S con cabezas de ave en ambos extremos.
Este tipo de calabazas, trabajadas en pirograbado, con tapas ajustadas cortadas de otra calabaza de mayores dimensiones, no debieron ser hechos aislados sino parte de un arte firmemente establecido del que por desgracia han llegado hasta nosotros muy pocas muestras. Y tampoco se trata de un arte incipiente, ya que su estilo es muy elaborado. El contexto de su hallazgo es funerario, lo que señala el comienzo de otra muy larga tradición.
El arte y la técnica del tejido se inician también en este período, favorecidos por la extensión del cultivo del algodón (Gossypium barbadensi). Son dos las técnicas utilizadas ahora, previas a la aparición del telar, el entrelazado, especie de tejido rústico a mano, sobre hilos que hacen la función de urdimbre; y el anillado, o utilización de un único hilo que se irá enredando sobre sí mismo. Las fibras se preparaban con ayuda de husos de madera o de piedra y el tejido se facilitaba con agujas y lanzaderas. Los tipos de telas variaban según la función a la que se destinaban: redes, mantos, bolsas, manteletas, faldellines y turbantes, y en este caso se hacían de fibras de junco.
La mayoría de los tejidos se decoraban combinando hilos de colores diferentes o pintando algunas zonas una vez realizada la tela. Los motivos podían ser geométricos, pequeños diamantes y líneas formando diseños variados, o también figurativos, aunque siempre dentro de un estilo geometrizante impuesto por la propia naturaleza del tejido. Se representaban figuras humanas, aves y otros animales. Entre las figuras representadas pueden mencionarse la serpiente de doble cabeza, motivo común en Paracas-Cavernas, o cangrejos de roca, cóndores y papagayos. Probablemente el artista representaba los animales y criaturas que le eran más familiares en su entorno cotidiano.
Aparentemente uno de los principales medios usados para la expresión artística fue precisamente el tejido, y es probable que el estilo geometrizante característico del mismo se imponga aun cuando se utilicen otros materiales, como es el caso de los mates o calabazas.
Podemos también destacar que las manifestaciones artísticas aparecen en este momento sobre objetos cotidianos, pero cuyo especial tratamiento hace que los consideremos como obras de arte. No hay todavía evidencias de materiales especiales reservados para el trabajo artístico. Pero sí se inicia la costumbre de la asociación de las expresiones artísticas con las prácticas funerarias. Las tumbas, cerca o dentro de las viviendas son sencillas fosas revestidas en algunos casos con piedras o adobes. Los cadáveres, en posición extendida o flexionada se envolvían en esteras o mantos tejidos y a veces se acompañaban de ajuar. En ocasiones se han hallado entierros de cráneos y esqueletos sin calavera, lo que podría hacer pensar en la costumbre, muy extendida en Suramérica, de la cabeza trofeo. No hay entierros diferenciales que indiquen distinciones de estatus. Nos encontramos aún ante sociedades de tipo igualitario, carentes de estructuras jerarquizadas, donde los artistas no desempeñan aún un rol especializado.
Y es en este período Arcaico, donde como venimos viendo se van formando lentamente las tradiciones culturales que irán dando un perfil propio a las diferentes áreas suramericanas, donde nos encontramos con un ejemplo importante de lo que es sin duda uno de los primeros inicios de arquitectura ceremonial, probablemente de carácter templario.
En la vertiente oriental de los Andes, cerca de la ciudad de Huánuco, se encuentra el sitio de Kotosh, donde aparecen una serie de construcciones de aparente función religiosa. Destaca entre ellas el llamado Templo de las Manos Cruzadas, una pequeña habitación de 9,4 m por 9,2 m en su interior, construido sobre una plataforma de 8 m de altura. Las paredes, gruesas, se hicieron con piedras de río utilizando barro como mortero. Paredes y suelo se cubrieron luego con una capa de arcilla, en uno de los muros aparecen una serie de grandes nichos y debajo de cada uno un par de manos cruzadas esculpidas en la arcilla.
Este conjunto de edificaciones se ha fechado por arqueólogos japoneses entre 2500 y 1800 a. C. y del registro arqueológico se deduce que sus constructores no practicaban la agricultura.
Parece, en principio, sorprendente que los excedentes económicos y el potencial de organización humana y de energía necesarias para la construcción de edificios públicos y la existencia de un arte que implica un cierto grado de especialización se haya conseguido sobre la base de una economía cazadora-recolectora. Tal vez la explicación se encuentre en otro aparente templo, el de los Nichitos, construido en parte sobre el de las Manos Cruzadas, cuya estructura, compuesta de pequeños nichos, ha hecho pensar a los investigadores que podría tratarse de cuyeros, para la cría del cuy (Cavia cobaya), cuya domesticación y cría racional podría haber suministrado una base económica suficiente como para permitir la existencia de un tipo de arte asociado tradicionalmente con sociedades de tipo agrícola.